PINTURA MITOLÓGICA.

Diego Velazquez

El genial pintor barroco español del siglo XVII pintó todo tipo de temas: retratos, paisajes, cuadros bélicos, religiosos, costumbristas y mitológicos.

Llamamos así a los temas referidos a personajes de la antigüedad clásica griega y romana, dioses, semidioses, héroes que fueron llevados a la historia, el teatro y la literatura. En el periodo barroco se generalizó la costumbre de popularizar a estos personajes clásicos convirtiéndolos en seres de carne y hueso, humanos normales y corrientes representados en actitudes y poses domésticas y cotidianas, logrando de esta manera una clara desmitificación. Ya sabemos que el barroco se caracteriza por la representación de fuertes contrastes luces-sombras, engaños visuales, fuerte colorido, movimiento desenfrenado y reflejo de lo feo, macabro y desagradable. No obstante, Velázquez destaca por ser el pintor de la calma y la tranquilidad, trata con sumo respeto lo representado y gusta de tocar todos los temas desde el punto de vista cercano, comprensible y cotidiano. Hasta los personajes más rústicos y primarios los utiliza para dar vida a dioses clásicos y héroes mitológicos.

EL TRIUNFO DE BACO (LOS BORRACHOS).

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Los cuadros de Velázquez han sido históricamente tan populares que tienen un título oficial y otro popular, este es el caso del cuadro que nos ocupa.

Aquí se representa a Baco, dios del vino, en una grotesca ceremonia iniciática, similar a un bautismo, en la cual se va a derramar vino sobre un personaje vestido con correajes que, arrodillado, espera recibir este peculiar rito. Los asistentes a la ceremonia, con claros síntomas de embriaguez (ojos vidriosos, expresión estúpida, colores sonrosados en el rostro ) contemplan con sus risotadas la escenificación de tan absurda iniciación a la "cofradía del vino".

Pese a desarrollarse al aire libre, la iluminación resulta completamente artificial, resalta mucho al dios Baco y deja en acusada penumbra a otros personajes. El colorido expresa también agudos contrastes.

Baco, muy pálido e iluminado coloca una corona de laurel en la cabeza del iniciado pero parece estar distante y distraído. Él mismo porta una corona semejante sobre su cabeza, así como mantos rojo y blanco. Los acompañantes del lado derecho son seis compadres embrutecidos que destacan por su aspecto pueblerino y tosco, son feos, mal vestidos, tienen los dientes negros, caras enrojecidas y gestos de intoxicación etílica. Es necesario resaltar los objetos inanimados como portento de representación, es el caso de la barrica sobre la que se sienta Baco, la jarra, el vaso de vino, el bol de porcelana, el porrón...

LAS HILANDERAS.

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Otra maravilla velazqueña. En este caso vemos dos escenarios diferentes pero íntimamente relacionados al representar dos visiones distintas del mismo tema.

En el fondo vemos la escena propiamente mitológica. Se recrea el mito de Minerva, diosa de las manualidades, que es retada por Aracné, gran tejedora que pecaba de ser un poco chulita. Se apostaban cual de las dos era la más rápida tejiendo y el desenlace fue que Aracné acabó convertida en araña por MInerva, un final no muy deportivo que digamos. La ilusión óptica creada por Velázquez resulta de gran efecto ya que existen personajes de los que no sabemos si son reales o simples figuras del tapiz del fondo, hay hipótesis distintas: pueden ser todos los personajes del fondo tejidos o tal vez sólo los dos del fondo o todos ellos pueden ser reales, (tú mismo puedes opinar).

El primer término es una escena cotidiana en un telar, con las tejedoras trabajando duramente. Mientras una aparta los rojos cortinajes, la más mayor está con la rueca de cuyos radios apreciamos el movimiento circular (algo portentoso para ser pintado), y otras tres cosen y cardan la lana. Un juguetón gato enreda los hilos y las madejas que hay por el suelo. Según algunos expertos las dos tejedoras sentadas serían Minerva y Aracné en pleno esfuerzo para ganar la apuesta. Fíjate en la chica del centro, su cara está desdibujada (como derretida) y eso se debe a que el cuadro sufrió daños en el incendio del antiguo Alcázar en 1734.

Como suele suceder en Velázquez, la luz es alternativa y lateral en planos sucesivos: primer plano iluminado (desde la derecha), después penumbra y para finalizar, un último plano bañado en luz (desde la izquierda).

LA FRAGUA DE VULCANO.

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De nuevo Velázquez convierte una escena mitológica en un episodio de andar por casa, algo cercano y cotidiano.

Apolo aparece de sopetón en la fragua donde trabajan Vulcano y sus ayudantes y le anuncia que su esposa le es infiel. Como es lógico, todos se quedan estupefactos y muestran rostros de enorme sorpresa ante la noticia. Vulcano aparece algo torcido ya que era cojo y detiene su actividad para poder asimilar el cruel impacto recibido.

La originalidad de Velázquez consiste en situar a Vulcano, dios del fuego, en una simple fragua donde se adivina la llama de la chimenea en el segundo plano y los materiales están al rojo vivo (como él en este momento). El salvaje fuego de los volcanes queda aquí reducido al fuego domesticado de una fragua.

Los trabajadores son fuertes y musculosos al realizar permanentemente un trabajo mecánico y los vemos sudorosos y semidesnudos para resistir el calor que se desprende del horno. Sus expresiones de estupor son espectaculares.

El potente chorro de luz que ilumina a los personajes proviene lateralmente de la parte izquierda. El colorido es abrumadoramente ocre con ligeros toques de color (rojo en el hierro, verde en las sandalias de Apolo, blanco en la jarrita). Las naturalezas muertas son espectaculares, veamos, sin ir más lejos, la coraza, la jarrita sobre la fragua, el pico, los martillos, el cuenco o el yunque.