LOS PRIMITIVOS FLAMENCOS.

Durante el siglo XV se desarrolló enormemente el arte pictórico en un territorio del norte de Europa que pertenecía al imperio español: Flandes. Un lugar industrioso y desarrollado que produjo una pléyade de pintores de gran talla, distinguidos sobre todo por sus innovaciones en la creación artística y por unas características verdaderamente sorprendentes y meritorias en sus cuadros.

En primer lugar fueron los primeros en utilizar el lienzo como soporte, hasta entonces se pintaba sobre tabla. El lienzo presenta muchas ventajas, se puede transportar fácilmente, se puede enrollar con cuidado y a la obra no le ocurre nada, absorbe muy bien los pigmentos y tiene una gran durabilidad. Además es fácil de conseguir al ser material textil y no resulta caro.

La otra gran aportación de los primitivos flamencos a la pintura fue el óleo, a base de aceite. Los pintores anteriores pintaban con temple, una materia de menores prestaciones. El óleo es una maravilla: da colores intensos, permite bordeados nítidos, se puede graduar de intensidad cromática sin problemas y si el pintor desea modificar algo (arrepentimiento) pinta encima y ya está (en la pintura al fresco los errores no se podían modificar).

Aparte de las innovaciones técnicas que revolucionaron el mundo de la pintura, los flamencos pintaron de una forma muy peculiar y fácilmente reconocible: con una minuciosidad sorprendente reproducen hasta los objetos más pequeños. Sus cuadros los podemos observar con lupa y descubrimos detalles insospechados. Parece que nuestros amigos disfrutaban de una vista de lince, de un pulso firme y de unos pinceles de precisión.

La temática va a ser fundamentalmente religiosa y, más específicamente, de la adoración de la virgen. A diferencia del gótico anterior, con fondos dorados, los primitivos flamencos ambientaban sus personajes con unos paisajes naturales espectaculares, árboles, ríos, lagos, montañas, flores... siempre de tamaño pequeño y con un detallismo prodigioso.

Los formatos son variados, les atraen los trípticos de gran tamaño pero también los cuadritos extraordinariamente diminutos en los que el despliegue de detalles es tan minucioso como el de los cuadros grandes.

Varios autores destacan en esta época dorada de Flandes ya que la rica burguesía comercial de la zona hacía muchos encargos artísticos de cuadros de devoción y estos artistas gozaban de extraordinario reconocimiento social y económico. Hemos seleccionado a dos de ellos Jan Van Eyck y Rogier Van der Weiden. Sus obras salpican los museos del mundo y son muy reconocidas por el público.

Resulta curioso observar el florecimiento flamenco contemporáneamente al del gran foco del siglo XV italiano (el Quattrocento) con un conjunto asombroso de artistas e innovaciones técnicas.

Jan y Hubert Van Eyck. Políptico de San Bavón. Gante. 1432.

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Esta obra espectacular se encuentra en la catedral de Gante (Bélgica) y es de un tamaño impresionante. Jan y su hermano Hubert lo pintaron como un cúmulo de mensajes, de alegorías y de recreaciones evangélicas.

El políptico consta de 12 tablas en su posición abierta y ocho en el reverso.

La tabla central representa la adoración del cordero místico, cordero que simboliza a Dios y que es adorado encima de un altar. La sangre brota de su pecho y llena el cáliz. La paloma del espíritu Santo está sobre él y diversos ángeles con instrumentos de la pasión e incensarios están arrodillados adorándolo. Todo ello simboliza la Eucaristía.

En primer término hay una fuente rematada por un ángel; es la fuente de la vida y de ella mana el agua de la vida eterna. Simboliza el bautismo y la conversión al cristianismo. Dos semicírculos de personajes rodean la fuente, arrodillados en actitud de adoración. Los profetas, junto con los patriarcas a la izquierda y los apóstoles a la derecha junto con Papas y obispos.

Saliendo del bosque, dos conjuntos de santos mártires, hombres y mujeres que llevan la palma, símbolo del martirio.

Todas las escenas tienen como fondo un bellísimo y delicado paisaje con árboles de variadas especies, flores, prados y ciudades. Todo ello tan pormenorizado que es recomendable observarlo a través de nuestra lupa.

Las dos tablas de la derecha abajo representan a los eremitas y a los santos, estos últimos capitaneados por un gigante San Cristóbal.

Las dos de la izquierda muestran a los santos caballeros y a los jueces justos.

Arriba las tablas extremas presentan a Adán y Eva, desnudos pero tapándose sus intimidades tras el pecado original. Son dos bellos y exquisitamente proporcionados desnudos, iluminados en contraste con un fondo oscuro. Sobre Eva el primer crimen: Caín matando a su hermano Abel. Sobre Adán el trabajo, el castigo por el pecado original.

Las tablas intermedias contienen los ángeles cantores (izquierda) y los ángeles músicos (derecha). Resulta impresionante el tratamiento de los detalles en los ropajes, cabellos y rostros.

La central tiene a Dios (no sabemos si padre o hijo) sentado en el trono en actitud de bendecir con la mano derecha y sosteniendo el cetro en la izquierda. Está ricamente vestido y porta un espléndido tocado sobre su cabeza mientras en el suelo junto a sus pies hay una corona. Lo flanquean la virgen y San Juan Bautista, ambos leyendo (el libro del segundo se ha identificado y las letras se pueden ver con nuestra lupa) .

La parte posterior del políptico presenta a los donantes José Vijd e Isabella Borluut arrodillados rezando en las tablas exteriores, en las interiores los santos Juanes (Evangelista y bautista). Las cuatro tablas superiores forman una sola escena: la anunciación con un paisaje urbano tras la ventana.

La visión general del políptico es de una belleza espectacular por su luz y colorido. Al utilizar óleo, los tonos son de tal viveza que nos parecen metálicos.

Van Eyck. El matrimonio Arnolfini.

El calificativo de impresionante se quedaría corto con esta obra maestra de Jan Van Eyck que se encuentra en la National Gallery de Londres.

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En “Los esposos Arnolfini” Van Eyck retrata a un acomodado matrimonio burgués del Flandes de la época posando ante nosotros. La escena aparentemente simple esconde algunas claves necesitadas de interpretación puesto que objetos vulgares son alegorías de virtudes. El perrito significa la fidelidad, estar descalzos la intimidad, la cama la vida conyugal, los frutos en la ventana los alimentos compartidos.

La luz entra por la ventana de la izquierda e ilumina un compromiso particular de los dos esposos, no es una ceremonia oficial, no hay sacerdote ni testigos.

La lámpara es extraordinaria y el espejo nos da la visión completa de la estancia; entre ambos está la frase “Van Eyck estuvo aquí”.

Van Eyck. La Virgen del Canciller Van der Paele.

Impactante escena de la virgen con el niño sentada en un trono, teniendo a la izquierda a San Donaciano, a la derecha a san Jorge quitándose el yelmo y presentando al donante, el canónigo Van Der Paele. Era frecuente en la época que una persona adinerada encargase y pagase la obra cuidando de hacerse representar al lado de la Virgen, arrodillado en posición de veneración pero en el mismo espacio y tiempo que ella.

Este cuadro nos presenta un espectacular derroche de colorido y una minuciosidad en los detalles que nos exige dedicarle tiempo para observarlo todo con tranquilidad.

La escena se desarrolla en el ábside románico de una iglesia, la Virgen ocupa una posición central, subrayada por el rojo encendido de su manto, el trono bellamente tapizado y la alfombra a sus pies. El niño se asusta ante san Jorge. San Donaciano va vestido con una riquísima túnica bordada y San Jorge con traje de combate. Nuestro amigo Van Der Paele porta una túnica blanca y su retrato es de una pormenorización tal, que vemos en su rostro a un anciano orgulloso. Puedes contemplar las venas, las arrugas, los cabellos, etc. Es un estudio al máximo detalle realizado por un Jan Van Eyck verdaderamente observador y virtuoso del pincel.

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Van Eyck. Tríptico de Dresde.

Una virgen con el niño de proporciones descomunales llena la nave central de una iglesia. El templo es predominantemente románico pero tiene también elementos góticos. De nuevo van Eyck nos deja estupefactos con una minuciosidad de detalle fuera de lo común y llegamos a preguntarnos si a veces pintaba con un pincel de un solo pelo ya que de otro modo no se podría precisar hasta este extremo. Y además...¡qué pulso tan firme tendría!, ¡ y qué vista tan prodigiosa!

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Rogier Van Der Weyden.

Roger Van Der Weyden había nacido en 1.400 y moriría en 1.464. A pesar de ser uno de los mejores maestros de Flandes del siglo XV, tiene ciertas influencias italianas ya que viajó allí y conoció a pintores renacentistas italianos.

Destaca como retratista y sus personajes revelan un profundo estudio psicológico en sus expresiones. Trabajó en Tournai (Bélgica), en 1.432 consiguió el título de maestro pintor y se trasladó a Bruselas. Obtuvo prestigio y fama y por tanto buenos encargos y considerable fortuna. Pintó para particulares y para iglesias y monasterios y su obra más destacada es la que está ante tí.

Murió en Bruselas y fue enterrado en la catedral de Santa Gúdula.

Van der Weiden. El descendimiento.

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Tal vez sea este el cuadro más importante de este pintor, incluído entre los primitivos flamencos. De Van der Weyden conservamos grandes obras en el museo del Prado y en el Monasterio de El Escorial.

El descendimiento de la cruz es un encargo que recibió Van Der Weyden de la cofradía de ballesteros (arqueros) de Lovaina y ya en la época causó una gran sensación, convirtiéndose en un cuadro muy popular.

Lo más llamativo en principio es la maestría del pintor para encuadrar en un espacio reducido y cerrado por un fondo dorado como si fuese un muro, a diez figuras de gran tamaño, casi natural.

El tema ha sido muy repetido en la historia del arte, pero Van Der Weyden nos crea una atmósfera especial con respecto al episodio que lo hace irrepetible.

Se trata de la tabla central de un tríptico del que se han perdido las tablas laterales. Los personajes se disponen con arreglo a un único plano, no encontramos perspectiva que nos cree la ilusión de lejanía, sólo existe el primer plano, cerrado por un telón de oro. Sin embargo la falta de perspectiva la compensa el pintor con una poderosa corpulencia de las figuras, lo que, junto con un dibujo muy marcado, un ligero sombreado tras los personajes y unos pliegues en los paños muy volumétricos y muy angulosos, nos produce una sensación de tridimensionalidad de tal intensidad, que la obra se nos asemeja a un retablo esculpido y las figuras son casi escultóricas, parecen relieves. Por si fuera poco, puedes observar unas tracerías en los ángulos que imitan madera tallada como la de los retablos esculpidos y ello añade verismo a la sensación de corporeidad de los presentes.

La disposición de los personajes bíblicos es muy inteligente y meditada, la composición parece enmarcada por dos figuras que adoptan la postura de dos paréntesis curvos, San Juan a la izquierda y María Magdalena a la derecha.

El centro focal lo preside la cruz, resaltada en altura sobresaliente en el formato de la obra. Las figuras de Jesucristo y de la Virgen María se articulan en dos líneas paralelas inclinadas, con una postura muy similar y las manos muy próximas.

Estas manos nos muestran la diferencia de color entre un fallecido (tono grisáceo) y la de la Virgen, que está viva aunque desmayada y presenta un tono pálido.

Además estas manos son consideradas como las mejores de esa época en cuanto a expresividad y transmisión de sentimiento. El resto de los personajes son también tratados con enorme minuciosidad, vemos a un joven que descuelga el cuerpo del crucificado, otro personaje tiene un tarro de perfumes en su mano, delante de él está José de Arimatea quien sujeta los pies de Cristo y viste con gran lujo y refinamiento.

El tratamiento de las figuras resulta tremendamente efectista y más allá de lo real, tanto por la expresión de sus sentimientos como por el tratamiento minucioso de sus vestidos. Si te fijas en el azul del manto de la virgen o en los espectaculares bordados en oro de la capa de José de Arimatea, el grosor de las capas, los rostros de sufrimiento y dolor profundos, los turbantes, todo está tratado con sumo detalle y preciosismo. Esto es verdaderamente difícil porque el tamaño de las figuras es muy grande y, cuanto mayor tamaño, más dificultad en perfeccionar los detalles. Y éstos resultan espectaculares, fíjate en las lágrimas de algunos personajes, tan reales que nos recuerdan cristales brillando, las uñas de las manos, los cabellos y las barbas con pelos individualizados, los nudos de la madera de la escalera y las texturas y apliques del vestuario.

Te habrás fijado que por el suelo de hierba hay una calavera y huesitos deperdigados, según la tradición serían los restos mortales de Adán, el primer hombre, que hubiera sido enterrado al pie de la cruz , esperando la venida de Cristo y, por tanto, la resurrección de los muertos.

La potencia excepcional de los colores se debe a la restauración de 1.993, que rescató la portentosa gama cromática original.

Van der Weyden. La Virgen y el niño.

Esta pintura es una delicada composición de dos retratos suaves y amorosos de la Virgen y el niño Jesús. La composición triangular subraya la ternura y la gracia de los dos personajes. María amamanta a Jesús que aparece algo distraído mirando amorosamente a su madre. Rojo, negro y ocre suave son los colores que se reparten la superficie y el fondo es neutro, lo que nos concentra la atención en los rostros. Los dedos de manos y pies refuerzan el lenguaje comunicativo y aportan una gracia indudable al conjunto

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Van der Weyden. La piedad.

La diagonal que forma el cuerpo muerto de Cristo estructura la escena más dolorosa de la iconografía católica: la virgen con el cuerpo muerto de su hijo.

La calavera representa a Adán, primer hombre, y cuyo pecado original llevó a Cristo a la muerte para salvar a la humanidad. El cielo con tonos violetas y un impactante atardecer subrayan el dramatismo de la escena. Las figuras, como siempre en Van der Weyden son muy plásticas, es decir, tienen tanto volumen que parecen esculturas.

El dolor reflejado en los rostros de los personajes resulta conmovedor y el colorido, intenso, refuerza el sentimiento profundo que emana de esta composición.

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